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Septiembre 2006
AHMED TOMMOUHI SALE EN LIBERTAD CONDICIONAL


PERIODISMO
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     Ejerzan, por favor



—¿Ustedes publicaron la noticia "
¡Hombre al agua!"? Es que sigue intentando mantenerse a flote desde hace días
 y no viene nadie a rescatarlo...

—Llámenos cuando pase algo: si se ahoga o consigue alcanzar la orilla
 enviaremos a un reportero.

  

     ”El marroquí que fue confundido con un violador confeso sale en libertad tras 15 años en prisión”, rezaba el titular de El País del 21 de septiembre. Las agencias retomaron la noticia el mismo día: Sale en libertad provisional el condenado por violación que fue confundido por otro violador en Barcelona” (Europa Press), “Un hombre confundido con un violador sale en libertad tras 15 años preso” (EFE)... Numerosos medios han reflejado después el hecho bajo titulares muy similares -cuando no idénticos- y un sinfín de periodistas han estado intentando localizar a Ahmed Tommouhi para entrevistarlo. Ironías de la vida, hasta hace unos días -¡y desde hace unos cuantos años...!- no habrían tenido problema: estaba perfectamente localizable en su celda de Can Brians, 24 horas al día.

     Ni siquiera es necesario acudir a las hemerotecas para constatar el olvido del que ha sido víctima Tommouhi por parte de la prensa en los últimos años. Basta observar los recientes titulares. Lo pone en evidencia la elección de un simple artículo: “EL” o “UN”...
     El País ha podido permitirse el lujo de referirse a “EL marroquí que fue confundido con un violador confeso”, porque la situación de Tommouhi ya había sido abordada por el diario en diversas ocasiones en los últimos años. Así, su titular vendría a ser intercambiable por un  Ahmed Tommouhi sale en libertad tras 15 años en prisión”, donde queda al descubierto la única novedad, la salida de prisión.
     Por el contrario, son mayoría los medios que han tenido que aludir a “UN hombre que fue confundido con un violador”, delatando bien sea su desconocimiento previo del caso o bien el que le suponen a su público, conscientes de no haber informado antes del asunto o no lo suficiente. Los lectores que hayan leído la información completa habrán descubierto, para su sorpresa, que lo más impactante del titular, es decir, el hecho de que "un hombre confundido con un violador" llevara "15 años en prisión", no constituye ninguna novedad. La confusión y el error judicial ya se demostraron hace una década en uno de los casos y la Fiscalía pidió el indulto de las condenas restantes hace más de siete años, según se aclara en el cuerpo de la noticia. Entonces, ¿por qué no publicaron un día, una semana, un mes antes... "SIGUE EN PRISIÓN desde hace 15 años un hombre que fue confundido con un violador"? ¿Por qué esperar a que saliera de la cárcel en libertad condicional, tras haber cumplido el grueso de la pena? Lo que entonces aún habría sido noticia con mayúsculas, dada la gravedad de la situación, hoy es pura anécdota (“preso sale en libertad condicional”).
     En definitiva, el “UN” de gran parte de los titulares supone toda una admisión implícita de desidia o miopía periodísticas.
 
     Los lectores que no hayan pasado del titular (e incluso aquéllos que hayan leído ciertas versiones hiper-resumidas de los despachos de agencia) ni siquiera habrán llegado a plantearse estas cuestiones.
     
A fin de cuentas, no hay mucha diferencia entre “Barcelona. Un hombre confundido con un violador sale en libertad tras 15 años preso” y titulares que hemos podido leer en otras ocasiones como, por ejemplo, “Miami. Declarado inocente tras pasar 26 años en la cárcel” (El Mundo, 4/8/2005, citando a EFE). Lo que interpreta el lector apresurado es: otro error judicial que se descubre y se “subsana”, esta vez aquí. Punto y olvido. ¡Paradójicamente, el titular que devuelve el caso a la actualidad atrae una segunda y definitiva capa de olvido!


                                                                                                                21092006-TV3-ElsMatins



Ahmed Tommouhi en el programa ELS MATINS (TV3), del 21/9/2006










 
     Dejando a un lado los titulares, la superficialidad ha sido la tónica dominante en el tratamiento informativo del tema. Hay una serie de cuestiones ineludibles que merecerían una atención periodística que, en general, ha brillado por su ausencia.
     ¿Cómo es que el Gobierno -los sucesivos gobiernos, deberíamos precisar- aún no se ha pronunciado sobre el indulto solicitado por la Fiscalía de Cataluña y respaldado por el Tribunal Supremo?
     ¿Cómo es que el Destino, perdón, la regulación legal vigente, no ha permitido otra “salida” que recurrir a una solicitud de indulto, una medida de gracia?
     ¿Cómo es que durante años se ha mantenido -y lo han vuelto a repetir ahora la mayoría de los medios- que no había más pruebas que pudieran evidenciar la inocencia de Tommouhi cuando constan en el sumario algunos datos genéticos sin cotejar? ¿Por qué la Fiscalía de Cataluña se ha negado a investigar este extremo en dos ocasiones recientes? ¿Por qué la negativa -que se ha producido este mismo verano- ni siquiera ha sido noticia?
     Son temas que, sin duda, requieren luz y taquígrafos. Pero la consigna periodística de estos últimos días parece haber sido: hay que entrevistar a Ahmed Tommouhi. Perfecto. Lo lamentable es que haya sido la única consigna. Precisamente, Tommouhi es quien menos luz puede arrojar sobre cuestiones tan cruciales como las que acabamos de enumerar.
 
     Imaginemos por un instante que un edificio oficial recién construido, encargado a arquitectos de renombre y levantado, supuestamente, con escrupuloso respeto a todas las normativas aplicables, se derrumbara a los pocos días de inaugurarse. No hace falta describir el escándalo que supondría que los medios se limitaran a entrevistar al operario de la limpieza atrapado entre los escombros.
     “¿Qué se siente al pasar cinco horas sin luz sepultado bajo cascotes, Sr. López?... Pero no defeque en nadie ahora, hágalo después de la publicidad”.
 
     M. B.



















NOTICIAS DESDE MIAMI: LAS DUDAS LIBERARON A DÍAZ

     De vez en cuando nos llegan noticias del otro lado del Atlántico que no dejan de sorprendernos. La reacción suele ser de preocupación porque pasen estas cosas y... de alivio, porque aquí, aparentemente, no pasan.

    A principios de agosto de 2005, por ejemplo, algunos medios informaban: “Veintiséis años preso siendo inocente. El cubano Luis Díaz, de 67 años, sale de la cárcel en EE UU después de que el ADN probase que no cometió las violaciones por las que cumplía condena”.
    Entre 1977 y 1979, al menos 25 mujeres denunciaron violaciones, consumadas o en grado de tentativa, en un sector del condado de Miami-Dade (Florida). La detención de Díaz se produjo después de que una víctima creyera reconocer en él al agresor y suministrara el número de la matrícula de su vehículo a la Policía.
    Según las mujeres atacadas, el violador hablaba inglés con acento. Díaz, que fue declarado culpable de siete violaciones en 1980 y condenado a cadena perpetua, no habla inglés. Ninguna víctima hizo referencia al ineludible olor a fritura que lo acompañaba, por su trabajo en un restaurante.
    Dos de las víctimas se retractaron de las acusaciones contra Díaz en 1993 y estos casos se desestimaron, pero los otros cinco cargos siguieron vigentes hasta que sus abogados solicitaron recientemente pruebas de ADN. Las pruebas resultaron negativas en dos de los casos y pusieron en duda su vinculación con las demás acusaciones...
 
    Así que fueron dudas, todo lo fundadas que se quiera, pero dudas al fin y al cabo, y no pruebas definitivas, las que llevaron a revocar las cinco condenas de Díaz, a solicitud del fiscal jefe del condado de Miami-Dade y de los abogados de ”Innocence Project”, una organización norteamericana sin ánimo de lucro que intenta enmendar errores judiciales promoviendo pruebas de ADN. Desde esta organización “alababan el esfuerzo y dedicación de la Fiscalía, que no sólo no puso objeciones de procedimiento, pudiendo hacerlo, sino que se volcó en obtener pruebas de ADN incluso de un caso en el que no llegó a haber condenado”...
    Efectivamente. Unas muestras provenían de una de las víctimas que se desdijo en 1993 de su identificación, mientras que las otras muestras analizadas correspondían a uno de los casos de violación en los que no hubo ninguna condena. En ambos casos, la prueba de ADN excluía a Luis Díaz y probaba que ambas violaciones fueron cometidas por una misma persona no identificada. Pero no lo exculpaba directamente.
 

    En definitiva, lo que ignora la inmensa mayoría de quienes respiran aliviados al leer una noticia como ésta es que, en España, si se le hubiera aplicado el mismo rasero que a Tommouhi, Luis Díaz no habría sido liberado por ningún tribunal.
    Aunque, eso sí, aquí no existe la cadena perpetua y, por otro lado, lo más probable es que hubiera abandonado la cárcel antes del límite legal de los 20 años, sin ver reconocida su inocencia.
 

Periodismo de obliteración
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     LA VANGUARDIA:  un caso aparte
LaVanguardiaSr. Carles Esteban
Defensor del Lector
LA VANGUARDIA

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    Estimado Sr. Esteban:

    Bajo el titular "El hombre que sostenía que fue confundido con un violador sale de prisión tras 15 años", La Vanguardia ha publicado el pasado día 22 de septiembre la noticia de la salida de Ahmed Tommouhi de la prisión de Brians, tras concedérsele -como leemos- la "condena condicional" (!).
    Ni siquiera han echado un vistazo a la rica hemeroteca del propio diario, pues indican, por ejemplo, que "esta historia se inicia en 1991, cuando se produjo una plaga de violaciones, ocurridas fundamentalmente en Tarragona". La mayoría tuvieron lugar en la provincia de Barcelona. Yo lo leí en La Vanguardia.

    Tommouhi ha estado ausente de la sección de Sociedad de este diario desde el 9/7/2001, cuando publicaron la noticia: "Martínez [un español encarcelado en los EE.UU. que se había librado del corredor de la muerte hacía poco] se solidariza con el preso de cuya culpabilidad duda el fiscal". Y no ha sido por falta de ocasiones para recordar su tragedia: desde la inadmisión de una demanda ante Estrasburgo hasta un reciente infarto, pasando por respuestas parlamentarias en relación con el caso por parte de la Moncloa y la Generalitat... 
    Recordemos que, cuando apenas habían pasado unos meses desde que la Fiscalía de Cataluña cursara una solicitud de indulto por tener "serias dudas" sobre su culpabilidad, la tardanza en excarcelar a Tommouhi y Mounib (fallecido después en prisión) motivó incluso algún comentario editorial:

    "Es, utilizando un término suave, una vergüenza que debería ruborizar a cuantos tienen alguna responsabilidad en este caso. ¿Y la reparación del daño causado con ocho años de cárcel? Impresentable" ─escribía Lluís Foix el 30/10/1999.

    Después, han bastado unos cuantos años para disolver la "memoria histórica" del diario y convertir al "
preso de cuya culpabilidad duda el fiscal" en "El hombre que sostenía que fue confundido con un violador"...
    ¿Acaso no es "una vergüenza que debería ruborizar a cuantos tienen alguna responsabilidad" en el tratamiento informativo del caso?
     Reciba un cordial saludo,
     
     Manuel Borraz

     El anterior escrito, enviado al Defensor del Lector de La Vanguardia, ha quedado sin respuesta. Dejamos, pues, constancia del contenido, ahora con carácter de carta abierta al diario. 

     El “perfil bajo” de la noticia publicada en La Vanguardia puede sorprender a la vista del espacio que el rotativo dedicó al caso en el año 1999, e incluso en el 2000 y el 2001. Puede decirse que hubo entonces algo más que una simple cobertura informativa. En cambio, era previsible si consideramos el silencio sistemático que vino después. Contadas alusiones en cartas de los lectores y algún que otro comentario del columnista Manuel Trallero, básicamente, han constituido la excepción a la regla.

    Por descontado, "en cuestión de gustos (periodísticos) no hay nada escrito" y cada diario está en su derecho de obviar un determinado tema y desterrarlo de su agenda. Pero cuando se roza la "estafa" periodística a los propios lectores es cuando se suspende, sin justificación aparente, la cobertura de un asunto grave a pesar de persistir las razones de su interés informativo. Más aún cuando, como en este caso, la gravedad de la situación se acrecentaba día a día al prolongarse la privación de libertad del afectado. Por otro lado, se da la circunstancia de que el tema desapareció de la agenda informativa justo cuando más necesario hubiera sido refrescar la memoria de la opinión pública sobre el mismo, al pasar a depender exclusivamente de una decisión política, la resolución del indulto. Con anterioridad, cuando aún se dedicaba atención al caso, aún había decisiones judiciales pendientes.

    Hablar de “silencio sistemático”, de tema “non grato”, en lugar de mero olvido o descuido, puede parecer una acusación temeraria. Sólo lo parece. Durante los últimos cuatro años nos hemos dirigido a diversas instancias de La Vanguardia con una petición bien simple: que si no disponían de evidencias de que Tommouhi fuera hoy menos inocente que ayer ni habían cambiado sus convicciones morales o su ética periodística, ejercieran el Periodismo en torno a este caso, como ya lo habían hecho en su momento. Por parte de la Dirección y la Redacción del diario no ha habido, en todo este tiempo, respuesta alguna.
    Otros sí han contestado. Por ejemplo, en noviembre del año pasado, el Defensor del Lector, Carles Esteban, atendió amablemente una reclamación en este sentido:

  He recibido la carta que me remitió y la he reenviado a los actuales responsables de la sección de Sociedad (su redactor jefe es Miquel Molina [desde septiembre de 2002] ). Como acertadamente señala yo fui responsable de dicha sección hasta el año 2000, y fue durante ese período de tiempo cuando el entonces redactor de sucesos y temas judiciales Domingo Marchena destapó [más que destapar, informó puntual e intensivamente de] el escandaloso caso de los dos presos. En los últimos cinco años, en los que me he centrado exclusivamente en mi tarea como responsable de la sección de Internacional (trabajo no me ha faltado) no he seguido el tema con la debida atención, aunque es cierto, como señala, que el caso se ha ido "apagando" paulatinamente. Espero que su carta estimule a los responsables de la sección para que den cuenta del estado actual del laberinto en el que está inmerso el superviviente de este desdichado asunto.
Gracias por su confianza y reciba un cordial saludo.

Carles Esteban
Defensor del Lector de La Vanguardia.

    Pero desde entonces nunca más se supo. La falta de respuesta al escrito más reciente con que abríamos estas líneas tampoco ha sido, pues, una sorpresa.
    De hecho, una queja análoga dirigida al Defensor del Lector anterior, Josep M. Casasús, siguió un cauce muy similar. En el último contacto mantenido, en julio de 2004, dejó caer una advertencia sorprendente que no podía dejar más en evidencia a la Redacción y al propio Defensor del Lector: "No conseguirá enfrentarme con la Redacción"...
    Sin ir más lejos, unas semanas más tarde, José Antich, director de La Vanguardia desde abril del 2000, proponía en un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo que, para que los medios de comunicación puedan ganarse una credibilidad social, se apueste ante todo por una ética de los valores”, la cual exigirá al periodista “un compromiso activo y movilizador, en favor de la paz y de la solidaridad, de la verdad, la libertad y la justicia”.
    Hermosas palabras. Si se practicara lo que se predica, otro gallo cantaría.

    M.B.



evolucion










    La gráfica adjunta ilustra la presencia del "caso Mounib/Tommouhi" en las páginas de La Vanguardia durante los últimos 8 años, hasta la víspera de la excarcelación de Ahmed Tommouhi.
    El último artículo informativo se publicó en el 2001, días después de que
una resolución del Tribunal Constitucional acabara con las esperanzas judiciales de Tommouhi (por entonces, Mounib ya había fallecido).





EL "AFFAIRE RADDAD":
¿UN REFERENTE?

    Raddad, Raddad... –responde con retintín Ahmed Tommouhi, visiblemente molesto, cuando se le menciona el caso–, todo el mundo me habla de Raddad”. Y al decir “todo el mundo” se refiere, sin duda, a sus compatriotas, pues Omar Raddad es un perfecto desconocido por nuestros pagos.

     En junio de 1991, una acaudalada viuda fue asesinada en su residencia de la localidad francesa de Mougins. Su cuerpo, golpeado y acuchillado, fue encontrado en el sótano, cuya puerta estaba atrancada desde dentro. Una frase escrita con sangre aludía al asesino: “Omar m’a tuer” (Omar me ha “matar”), con una llamativa falta ortográfica que haría correr mucha tinta. El inmigrante marroquí Omar Raddad, jardinero de la víctima, se convirtió así en el principal sospechoso. Expertos en grafología concluyeron que las letras fueron escritas por la víctima. En 1994, Raddad, que siempre mantuvo su inocencia, fue condenado a 18 años de prisión, a pesar de las incertidumbres que la instrucción no había aclarado y la falta de pruebas definitivas de su culpabilidad.
   El caso, muy mediatizado, desató una viva controversia en Francia. Colectivos de abogados, de magistrados, de intelectuales... hicieron pública su indignación por una sentencia que, según estimaban, no respetaba el principio de presunción de inocencia. Culpable o inocente, una amplia corriente de opinión reclamaba un nuevo proceso, algo que legalmente no era posible.
    En mayo de 1996, el presidente Jacques Chirac otorgó un tibio indulto parcial que reducía la pena en cuatro años y ocho meses. El gesto llegó a petición del Rey de Marruecos, Hassan II, y sirvió de moneda de cambio para que el monarca concediera cierto indulto reclamado desde el Elíseo. La medida de gracia permitió que Raddad saliera en libertad anticipadamente, en septiembre de 1998, pero el clamor por una revisión del caso seguía intacto en algunos sectores de la sociedad gala.
 
     Salvando las distancias entre ambos casos, es inevitable preguntarse: ¿podría haberse beneficiado Ahmed Tommouhi de una excarcelación similar si se hubieran producido las oportunas presiones diplomáticas por parte marroquí?
    Pero no es ésta la faceta del caso Raddad que queríamos destacar aquí como posible referente, sino la de las posibilidades de “rehabilitación” mediática de un desahuciado por la justicia.

 
     En 1999, la defensa de Raddad presentó un recurso de revisión y la comisión encargada del caso ordenó realizar investigaciones complementarias. Un nuevo peritaje grafológico llegó a la conclusión de que no era posible asegurar con certeza que la escritura fuera de la víctima, aunque la sangre sí lo era. Por otro lado, se descubrió la presencia de ADN masculino mezclado con la sangre, verificándose que no pertenecía a Raddad. No obstante, no había la menor garantía de que dicho ADN tuviera relación con el crimen, pudiendo proceder de una contaminación posterior de la huella ensangrentada que se había analizado.

    Según la legislación francesa, para que pueda revisarse una condena penal firme, deben aparecer nuevos elementos de prueba de tal naturaleza que hagan dudar de la culpabilidad del condenado (la legislación española, más estricta en este aspecto, requiere que los nuevos elementos “evidencien”, sin duda alguna, su inocencia). En noviembre de 2002, la Sala de lo criminal del Tribunal de Casación, la más alta jurisdicción penal, descartó iniciar un nuevo proceso a partir de los nuevos peritajes, confirmando la culpabilidad del marroquí. Era la última palabra de la justicia francesa.

     Sin embargo, para entonces, la idea de que Omar Raddad era inocente ya había calado en la opinión pública.

    Aparte de estar presente en todos los medios, el caso ha inspirado media docena de libros con argumentos a favor de la inocencia del condenado, denuncias de irregularidades y teorías sobre culpables alternativos. En 1994 ya vieron la luz Omar m'a tuer. Histoire d'un crime, del conocido y polémico letrado Jacques Vergès –que defendió a Raddad en los tribunales y en los medios...– y Omar : la construction d'un coupable, del escritor –y, posteriormente, académico– Jean-Marie Rouart, convertido en paladín de la causa. Si Vergès no tuvo reparos en hablar de un nuevo “affaire Dreyfus” y dejar en el aire acusaciones de racismo, Rouart no se quedó atrás al calificar a Raddad de “moderno «máscara de hierro»” a quien
se mantenía en prisión por temor a que
                                                                                                                           
OmarRaddad emergiera el rostro de la verdad”. El libro más reciente, Pourquoi moi? (¿Por qué yo?) apareció en el 2003 y venía firmado por el propio Raddad, en colaboración con Sylvie Lotiron.
   
Con todo, también se han publicado un par de libros aplaudiendo el veredicto de los tribunales y cuestionando la imagen mediática de un Raddad mártir de los gendarmes y los magistrados. El último, Omar l'a tuée. Vérités et manipulations d'opinions, de Georges Cenci, salió a la calle en el 2002. El que fuera director de investigación durante la instrucción del caso rompía así un largo silencio, una vez liberado de su obligación de reserva. “Desde 1991, la opinión pública ha sido manipulada a golpe de falsedades anárquicas” –sostenía el capitán Cenci, negando documentadamente las acusaciones de incompetencia y parcialidad que se habían lanzado contra las investigaciones policiales y la instrucción del caso.


     En resumidas cuentas, si la “sobremediatización” –para bien o para mal– no consiguió alterar el sentido de las decisiones judiciales, no puede negarse que influyó en la decisión de conceder el indulto y, por otro lado, ha acabado aportando algo parecido a una rehabilitación pública del condenado.

    No sólo eso. Contribuyó, además, a crear el clima propicio para una reforma que era necesaria, aunque de ella ya no se beneficiará Raddad, sea culpable o inocente. Se trata de la reforma de las “cours d’assises”, los tribunales de lo criminal encargados de juzgar en primera instancia los delitos graves, cuyas sentencias no eran apelables en cuanto al fondo, sólo en cuanto a la forma (en casación). La reforma comenzó a materializarse en el 2001, cuando por fin se dispuso de los recursos necesarios para afrontarla (recordemos, por cierto, que la generalización de la doble instancia penal es una asignatura pendiente de la justicia española, si bien ya se han planteado iniciativas legislativas al respecto).
 
     Indulto, repercusiones jurídicas -que no judiciales-, reconocimiento público... A la hora del desahucio judicial, si las posibilidades de revisión terminaran por desvanecerse por completo, lo sucedido con Omar Raddad constituiría el mejor escenario al que podría aspirar Ahmed Tommouhi, en el mejor de los casos posibles.
    En realidad, hay diferencias muy significativas entre ambos asuntos, pero juegan a favor de Tommouhi. Baste decir que, si este último hubiera sido condenado en Francia, con toda probabilidad se habrían podido revisar sus condenas (ya hemos mencionado antes los matices que separan la legislación gala de la nuestra en esta materia). Baste observar, por otro lado, que Raddad fue indultado pero la justicia terminó ratificando su condena, mientras que en el caso de Tommouhi fue precisamente el Tribunal Supremo el que acabó recomendando su indulto y ha sido el gobierno el que ha sido reacio a concederlo a lo largo de todos estos años...
    Sorprendentemente, ese triple escándalo no ha llegado a encender aquí ninguna chispa, ni mediática ni de ningún tipo. La noticia de que el más alto tribunal recomendaba el indulto como “salida adecuada” para alguien cuya condena debería haber revisado pasó sin pena ni gloria por las páginas de algunos rotativos. Durante más de un lustro, el Ejecutivo ha podido hacer oídos sordos, sin despeinarse, a la petición de gracia de la Fiscalía y el Supremo. Y la tercera cara del escándalo, que no debería pasar desapercibida: el Legislador, entretanto, ni tan sólo se ha dado por aludido.

    Cierto, Tommouhi no ha sido defendido por ningún letrado dedicado a tiempo parcial a la agitación mediática. Tampoco ha contado –y esto sí que hay que lamentarlo– con el apoyo de ninguna ilustre plataforma al estilo “comité Omar Raddad”. Pero no es menos cierto que, si la mayor parte de la opinión pública ha terminado ignorando que había un problema, ha sido en gran medida por irresponsabilidad de los medios. En general, han desistido de seguir informando de la actualidad, a pesar de disponer de herramientas tan pertinentes para capear la sequía de noticias judiciales sobre el caso como el reportaje o el artículo de opinión.

 
     ¿Veremos algún día la rehabilitación pública de Ahmed Tommouhi? ¿Donde no ha llegado la justicia llegará el periodismo?


    
M. B.


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